viernes, 28 de julio de 2017

Viejos...

Qué pena llegar a viejos. Si, es una frase que hemos oído muchas veces, y es que es verdad, es una pena.
Qué pena perder facultades físicas y mentales, qué pena que tu cuerpo no te permita seguir haciendo lo que hacías, y tu mente no sea capaz de retener ya ni la lista de la compra.
Cuando te quieres dar cuenta, tienes que dejar de hacer lo que te gusta, porque ya no puedes. No puedes leer las letras pequeñas, no oyes como antes, no tienes fuerza, las piernas no te acompañan, y ya no tienes ganas de casi nada.
Qué pena.


Qué pena ser viejo y estar solo. Sin nadie que te ayude a ponerte los calcetines, a acarrear las bolsas del supermercado, sin nadie que te acompañe al médico, al que ya visitas más que a tus propios amigos, de los que apenas sabes nada...

Qué pena tener la piel arrugada, que el dolor de lumbares ya sea normal, que no puedas tomar sal, nada de alcohol y mucho caminar, y que levantarte del sillón sea una odisea...

Qué pena que tu hija, esa por la que dejaste de fumar, de salir, de viajar, de tomarte unas cañas con los amigos, a la que le limpiaste mil veces la caca y llevaste mil veces al pediatra, esa que te tuvo años sin dormir del tirón, la que era el centro de tu vida, por la que te preocupabas por sus notas, por sus amigos, por sus novios, esa a la que le comprabas ropa bonita, y a la que después le dabas dinero para sus cosillas mientras encontraba trabajo, esa a la que le tenías la mesa puesta y la comida hecha, la habitación limpia y su postre favorito, esa, ahora te hable de esa manera.


Esa que cuando se te cae un poco de agua del vaso, te grita como si hubieras derramado ácido sulfúrico en su cara. Esa que nunca tiene tiempo para llevarte al médico, que hace años que no te sonríe, que no te da besos ni te acaricia. Esa que piensa primero en sí misma, y después, si acaso, en ti. Esa para la que eres una molestia y así te lo demuestra cada día olvidando que existes.

Esa a la que dedicaste tantos años de tu vida, de tu esfuerzo y de tu ilusión, ahora te habla con malos modos, te grita, y te hace sentir una mierda, simplemente porque tiene cosas mejores que hacer, según ella...

Ayer entré en los servicios de un centro comercial. En la puerta había una silla de ruedas vacía, y dentro se escuchaba a una mujer diciendo:

"Ay mamá por dios! La que has liado! Lo has puesto todo perdido de agua! Qué barbaridad! Qué desastre! Si es que no se puede abrir el grifo así! Qué horror! Desde luego vaya tela!! Qué desastre! Ves como no teníamos que venir? Y ahora qué??? Mira todo lleno de agua!!"

Mientras la abuelilla estaba de pié, callada.

Yo entré en el WC pensando que a esa tiparraca había de decirle 4 cosas, porque no se puede permitir que una hija le hable así a SU MADRE. Ni en público ni en privado. No.
También pensé que seguramente, si me metía donde no me llamaban, podía recibir otro puñado de voces, pero eso no me preocupaba tanto como el mal rato que estaba pasando esa mujer, que siendo de la generación que es, lo de recibir voces en público le avergüenza más que salir a la calle sin peinar.


Me dan mucha ternura los abuelos. Esos que ya tienen menos tiempo por vivir que el vivido, los que ya no deciden sobre nada y simplemente, se dejan llevar por lo que les depare la vida y dispongan sus hijos. Están en una etapa de sus vidas en la que se parecen más a un bebé que a un adulto. Torpes, despistados, desmemoriados, sensibles...

Están en un momento de su vida en el que ya necesitan cuidados, cariño y comprensión. Ellos no andan lento porque quieran fastidiarte, no. Ni olvidan las cosas para que tengas que volver a la farmacia 7 veces, ni se pasan la vida viendo la televisión porque les apetezca, no.
Ellos ya no tienen la energía que tienes tú, ni las ganas, ni la columna se les dobla lo suficiente para ponerse los zapatos. Se dejan humillar y ni siquiera tienen fuerza para pararte los pies.
Lo pasan mal, se empiezan a dar cuenta de sus limitaciones, y lo pasan mal. Poneos en su lugar, que algunos ya estamos rondando los 50, y empezamos a notar esas limitaciones a pequeñas dosis...

Cuando salí del baño ya no estaban. Suerte que tuvo la tía estúpida. Al salir del servicio, la ví andando a toda marcha llevando la silla de ruedas vacía, mientras la abuela iba 100 metros detrás, a su paso, poco a poco.
Pufff!!... La edad me ha enseñado a no meterme donde no me llaman, pero esa me estaba llamado a voces....


Hace un mes o así, me pegué un resbalón y pasé un lindo sábado en urgencias. En las 7 horas que está uno allí, le da tiempo a observar mucho. Demasiado.
Chicas cojas con su novio. Maridos mancos con su mujer. Mujeres doloridas con su hijo. Hombres mayores con su esposa.
Y también, una hija con su madre. La hija de unos 45, la madre de unos 80. Pues la misma situación dantesca.
La madre en silla de ruedas, muy delgada y arrugada, con un moratón en la cara impresionante, el ojo ensangrentado, el brazo lleno de sangre, y una cara de tristeza que dolía más que todo lo demás.
Y esa hija, con cara de estúpida, muy nerviosa y mirando a su madre con cara de asco.
Qué asco.
De pronto la madre parece querer decirle algo, con muchísima dificultad, y ella sin dejarla terminar, le grita en una sala de espera repleta:

"QUE TE CALLES, EH? TE HE DICHO QUE TE CALLES, QUE YA ESTÁ BIEN!"...
. . .

Hostia. 
Dios es sabio y me hizo estar coja para que no pudiera abalanzarme sobre ella y arrancarle el pelo ese de mierda que tenía a manotazos. Tremenda malnacida!


Si, yo no sé la historia de esa madre accidentada y esa hija con botas de montaña un sábado por la mañana. Quizá tenía planeada una excursión con los amigos y después comer choto por ahí, y su madre se cayó y le fastidió el plan. No sé. Esa señora ensangrentada no tenía pinta de haberse tirado por las escaleras por gusto, ni siquiera para fastidiarle el sábado a su hijita. Apenas podía moverse ni hablar, y allí estaba la pobre, rodeada de 80 personas, que veíamos cómo su dulce hija, a la que un día le tuvo que quitar 6.000 pañales llenos de caca, la trataba con la punta del pié.
Yo siempre le digo a mi hijo que a las personas mayores hay que tratarlas con respeto, simplemente por ser MAYORES. Y punto.
Que no lo vea yo hablarle mal a ninguna persona mayor, porque se queda sin dientes.

No entiendo qué lleva a algunos hijos a tratar mal a sus padres. Quizá no tuvieron una infancia feliz por cualquier motivo, y ahora se están vengando de ellos. Cuando uno es padre, entiende muuuchas cosas que no se pueden entender sin serlo. Un hijo te roba la vida, te quita el sueño, te deja sin descanso, sin amigos y sin dinero, y aún así, es lo que más quieres en el mundo. Porque es TU hijo, sólo te tiene a tí mientras nace y es pequeño, depende de tí de adolescente, y cuando es adulto, se olvida un poco del sacrificio que ha significado para tí el tenerlo, porque hace su vida, forma su familia y tiene su trabajo, y apenas le quedan los domingos para ver un rato a sus padres, si es que viven.


Es muy injusto, si, pero es así.
A los viejos hay que tratarlos con cariño, hay que hacerles agradables sus últimos años de vida, porque han pasado muchos cuidándote a ti, y ahora tú eres lo que eres, gracias o a pesar de ellos, para bien y para mal. Es tan fácil como pensar en cómo te gustaría que tus hijos te trataran a ti cuando llegues a ser viejo. Pues trata a tus viejos así.

No hay razón lógica para gritarle a una mujer de 80 años en la sala de espera de un hospital delante de 80 personas. Ni para liar la de San Quintín porque derrame un poco de agua en un baño de un centro comercial. NO.
Empatía es lo que falta en muchas personas, y generosidad para con quien la ha tenido toda contigo.
Si así las tratan en público, no quiero imaginar cómo lo harán en privado.

Ya sabemos todos más o menos de lo que va la vida. Para unos es o ha sido más fácil que para otros. Pero a los abuelos, a nuestros padres, hay que tratarlos bien, nos den los sustos que nos den, nos fastidien los planes que nos fastidien, y nos den el trabajo que nos den, porque antes, hemos sido nosotros los que les hemos dado sustos, les hemos fastidiado, y les hemos jodido mil planes. Durante muchos años.
Y ellos no tenían las cosas tan fáciles como las tenemos nosotros.
Así que ahora, nos toca a nosotros cuidarlos.

Ya van dos, a la tercera os prometo que me meto donde no me llaman.

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