viernes, 25 de enero de 2019

RESPETO.

Ayer llegó mi hijo del entrenamiento con la cara desencajada. Le costó contarme, pero lo consiguió.


Mientras ellos entrenaban, en la otra punta del campo había unos niños de unos 10-12 años jugando. Uno llamó “gordo” a otro, el ofendido le dio un empujón al que le había insultado, éste cayó al suelo, y no se movía.
En todo el campo, sólo niños, el entrenador y algún padre.

Durante unos segundos nadie sabía qué hacer. El entrenador de mi hijo, sustituto del que tienen siempre que está de baja por paternidad hace dos días, acudió al ver que el niño, tumbado en el suelo, no se movía.
Manu además de entrenador de fútbol, ha sido socorrista muchos años y ha trabajado en un centro de menores, por lo que tiene experiencia en estas cosas.
Se dio cuenta de que el niño estaba convulsionando y a punto de perder el conocimiento, y actuó rápidamente. Lo puso de lado y calmó a los demás que estaban asustados y algunos llorando.
Lo normal, al no saber qué hacer, sería incorporarlo y darle agua, y lo mismo haciendo eso lo matas. Qué importante es saber lo que se hace...

Llamaron a la ambulancia que llegó muy rápido, y a la familia. Estabilizaron al niño, y al final todo quedó en un enorme susto. El niño se fue con su padre a casa.
Y el “agresor”, el gordito, con un ataque de ansiedad de ver lo que había hecho, llorando asustado. Lo pasó tan mal como el que convulsionaba. O peor incluso.

¿Es necesario pasar por todo esto? ¿Se puede evitar? ¿Y si todo hubiera terminado mal?
¿Qué podemos hacer los padres ante estas barbaridades?

Lo primero, darnos cuenta de lo PELIGROSO que es que los niños se insulten así, sin más. Gordo, feo, gilipollas, negro, enano, maricón, orejones, moro, gafotas… 

Son palabras que hacen mucho daño al que las recibe, y no por lo que significan en sí, sino por la maldad y el desprecio con que se escupen.

El que es gordo es gordo, el moro es moro, el feo es feo, el negro es negro, y el gilipollas es gilipollas. La diferencia es cómo te lo digan y con qué intención.
Y siendo niños, no saben todavía gestionar esos sentimientos de rabia que le surgen cuando alguien les quiere humillar.
Espero y deseo que todos los que presenciaron aquello, hayan aprendido la lección.

Los niños a los que se les insulta constantemente, unos aguantan, otros lloran, otros responden a los insultos con más insultos, o simplemente se callan y ni los padres nos damos cuenta de por lo que están pasando. Rara vez responden con violencia, precisamente por la inseguridad que tienen en sí mismos. Pero todos, todos sufren.

Cada uno tiene un nivel de aguante. Unos pueden pegar el empujón a la 1º vez que les insultan, otros a la 5ª, y otros aguantar mil y no explotar. Nadie sabe dónde está su límite de aguante hasta que explota.

Y yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si Manu no está ahí en ese momento, o si no tuviera experiencia en esos temas?
Quizá el niño que insultó al gordito, podía haber muerto, o quedarse con secuelas de por vida, quién sabe…

Y respecto al gordito, entiendo perfectamente que llegase a ese punto de rabia e impotencia que le hiciera hacer lo que hizo. Y si, como gordita desde que nací, lo justifico, aunque por suerte para mi, nunca me afectó que me lo dijeran. Les hacía la peseta y seguía mi camino, pero agradable no era.

No sabemos lo que el niño gordito llevaba ya aguantado de ese niño, o de otros en el colegio. Le llegó la gota que colmó su vaso. Y el pobre quería morirse al ver lo que había hecho, y asustado pensando en lo que le dirían sus padres.

Tenemos que EDUCAR a nuestros hijos en la TOLERANCIA, que nadie es menos que nadie por ser gordo, flaco, feo, bajito, chino, gafotas, negro o moro. Hay que enseñarles a RESPETAR a los demás, y por supuesto, dejarles claro que yendo así por la vida, lo único que se van a encontrar, son problemas, y graves. Y meter a sus padres en problemas, y gordos.

Imaginad si ese niño muere o se queda tetrapléjico, por llamar gordo a otro niño. Dos familias destrozadas y dos niños marcados de por vida, además de todos los que lo presenciaron, que no lo van a olvidar en la vida. ¡Qué duro! y ¡qué fácil de evitar!

Me da pánico este tema, mi hijo lleva desde que nació teniendo que aguantar que 4 ignorantes le insulten, y ya a los 15 años explotó y le dio un puñetazo a uno del instituto, feo (porque lo es) y que le llega por el ombligo, pero que cada día se reía de él.
Ahora son amigos...

Jamás pensé que le daría permiso a mi hijo para dar un guantazo a nadie, pero a veces, tenemos que entender que necesitan defenderse, y que, o se ponen en su sitio, o seguirán humillándoles. Por muy pacifista que seas, si ves a tu hijo sufrir constantemente por culpa de algún gracioso, eres capaz hasta de animarle a hacer algo que no quieres que haga.

Cualquier empujoncillo por las escaleras, una zancadilla para tontear, o un insulto en mal momento, pueden desencadenar una pelea, una caída o un empujón con más consecuencias de las que nadie pueda imaginar, y con las que nadie sale ganando.

Y no es mi hijo quien debe darle el guantazo a ese niño, no, sino sus padres. Un niño que sale de casa e insulta, humilla y se ríe de otros por su físico o color, está haciendo sólo lo que ve que se hace en su casa, o lo que no se respeta. La sociedad actual, los vídeos y la tele tampoco ayudan.

Si nos tomamos en serio este tema, conseguiremos que aprendan a respetar, y que se acabe esta lacra asquerosa, que ya está llegando demasiado lejos. 

Que haya adolescentes que lleguen a quitarse la vida por no poder seguir soportándolo, y que sus padres no se lo pudieran ni imaginar, es como para tomárselo en serio.

Cuando alguien se siente molesto por tu actitud y te dice NO, es NO. Hay que saber parar si al otro no le agrada lo que le dices o haces. Es muy fina la línea entre el cachondeo y el acoso. Ponte siempre en el lugar del otro, y piensa cómo te sentirías.

Por favor, buscad unos minutos para tener una charla con vuestros hijos sobre este tema, cuando encarte. Todos creemos que los conocemos bien, pero cuando salen por la puerta no los vemos y no sabemos cómo se comportan.
Podemos evitar que se le haga un daño físico o moral irreparable a un niño gordito, negro, gafotas o feo. Es nuestra misión y obligación educar a nuestros hijos, y tal y como está el mundo, es lo mejor que podemos enseñarles: RESPETO.



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